Los peatones venían utilizando las aceras desde tiempo
inmemorial como zona segura frente al tráfico rodado. También los
ancianos de equilibrio inestable, con o sin bastón o andador, las
madres con el cochecito del niño y los paralíticos en silla de ruedas
podían salir de casa y tomar el aire en esa acera que el diccionario de
la Real Academia define como “orilla de la calle o de otra vía pública,
generalmente enlosada, sita junto al paramento de las casas y
particularmente destinada para el tránsito de la gente que va a pie”.
Hoy las cosas han cambiado para mal porque los ciclistas ponen en
peligro a los peatones. Aquellos circulan por las aceras –no hablemos ya
de las cacareadas zonas peatonales- como quieren, en el sentido que les
plazca y sin mantener distancia alguna respecto a quienes hasta ahora
podían deambular por allí con absoluta tranquilidad. Los ciclistas
pueden escoger entre la calzada y unas aceras donde nunca habrá
dirección única. La estrechez de la acera no importa y los pasos de
cebra se toman como viene en gana. El peatón puede ser golpeado en
cualquier momento por un ciclista que le adelanta a mayor o menor
velocidad, o que se le acerca de frente y quizás le obligue a bajar a la
calzada. El mundo al revés.
Bien está que los ciclistas dispongan de un carril especial allí
donde su número, las condiciones del terreno y el presupuesto lo
aconsejen, pero no es justo que, tratando de evitar el peligro que para
ellos suponen los automóviles, se conviertan a su vez en una amenaza
para los peatones y particularmente, conviene repetirlo, para las
personas mayores o más desvalidas. Es decir, para quienes la alternativa
no es utilizar la bicicleta en otro lugar o ir simplemente a pie, sino
quedarse en casa.
Un día toca lucirse con la preocupación por las personas de la
tercera edad y las discapacitadas física o mentalmente, y otro se las
olvida porque el ciclismo ecológico se ha puesto de moda. Si este
disparate se consolida, habrá que instaurar un Día del Peatón para
disfrutar de las aceras sin bicicletas, tándemes, triciclos y otros
vehículos por el estilo, Y mientras tanto, casco obligatorio para todos.
Progresismo de salón con rasgos provincianos y un tufillo demagógico
que, como paradójicamente suele ocurrir, acaba volviéndose contra los
más débiles.
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